25.2.13

Diario. (1)

El día 14 fui al Retiro. Sentado en la escalinata debajo de Alfonso XII, con un termo de café a mis pies, nos dedicamos a ver las barcas de enamorados ir y volver. Hacía frío y yo escuchaba a Bon Iver mientras sujetaba  el carboncillo, intentando dibujar la escena en un bloc sobre mis rodillas. Cuando acabé, arranqué la hoja y la dejé con cuidado a los pies de un león. Ese fue mi regalo para nadie.

Me moví a la Casa de Fieras y apoyado en la osera saqué libreta y pluma hasta que acabó de anochecer.

«Decía Marguerite Yourcenar que el amor es un castigo por no habernos podido quedar solos. Tan solo leer la palabra me provoca una tristeza infinita e inmediata. Lo llamo "melancolía de un viudo"; algo similar a ver un columpio balanceado por el viento en otoño, o la nieve cayendo en un jardín a través de la ventana.

Y con la nostalgia acuden los indicios de un posible amor, como una sonrisa, una mirada, palabras amables por ejemplo, que solamente me confunden.»

¿De verdad era necesario esto?

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