20.6.13

Une saison en enfer. (2)

Ojalá el fracaso como una de las bellas artes,
la muerte como alivio y no como peso.

Ser el mejor proyecto fallido de todos; 
escritor sin argumento, pintor sin imagen, 
director sin guión y poeta con miedo. 

Defenderé la mediocridad 
—y la noche
como armas de duelo.

Vivir bajito y reír en silencio;
que la Obra desate truenos y muertos
y el Barco Ebrio sacuda al necio.

18.3.13

Diario. (2)

Cuando alguien lea esto ya estaré cruzando el charco, empotrado en el asiento de un Boeing 767-300. 160000 kilos de chatarra sostenidas sobre el Atlántico. Solo llevo una cartera con dinero de plástico, los billetes para los vuelos de las dos próximas semanas y un pase internacional para entrar en las salas en las que espera la gente importante, habitadas por ejecutivos y políticos con cara de urgencia.

Vuelo hacia el Aeropuerto Internacional John Fitzgerald Kennedy.

Podría ser un vuelo con turbulencias y viento de cola, pararse un motor, o que una bandada de pájaros atascara una de las hélices. Hay posibilidades infinitas de morir, pero las de no hacerlo suelen ser mayores. Una descompresión de la cabina que hiciera caer las mascarillas de oxígeno del techo. Precipitarnos sobre Manhattan o cualquier isla diseminada envueltos en fuego. 

Vuelo hacia el Aeropuerto Nacional Ronald Reagan.

Pero seguramente no ocurra ninguna desgracia inevitable y encadene un vuelo tras otro. Seguramente el viaje acabe donde empezó y tenga que volver a preocuparme del futuro. Los domingos siempre se acaban.

Vuelo hacia el Aeropuerto de Boston Logan.

Un hotel en reformas me resulta más atractivo que el Empire State. Si pudiera hacerlo no volvía.

Vuelo hacia el Aeropuerto Internacional de Niagara.

Bon voyage.

4.3.13

Une saison en enfer. (1)

Es el descanso atormentado, ni gloria, ni vítores ni recuerdo sobre mis hombros ni mi canto.

Es el enemigo, ni piadoso ni compasivo. El enemigo.

Es el pasado, torturante flagelo. El pasado.

—¿Era pues, esto?

—Y el sueño que refresca.

25.2.13

Diario. (1)

El día 14 fui al Retiro. Sentado en la escalinata debajo de Alfonso XII, con un termo de café a mis pies, nos dedicamos a ver las barcas de enamorados ir y volver. Hacía frío y yo escuchaba a Bon Iver mientras sujetaba  el carboncillo, intentando dibujar la escena en un bloc sobre mis rodillas. Cuando acabé, arranqué la hoja y la dejé con cuidado a los pies de un león. Ese fue mi regalo para nadie.

Me moví a la Casa de Fieras y apoyado en la osera saqué libreta y pluma hasta que acabó de anochecer.

«Decía Marguerite Yourcenar que el amor es un castigo por no habernos podido quedar solos. Tan solo leer la palabra me provoca una tristeza infinita e inmediata. Lo llamo "melancolía de un viudo"; algo similar a ver un columpio balanceado por el viento en otoño, o la nieve cayendo en un jardín a través de la ventana.

Y con la nostalgia acuden los indicios de un posible amor, como una sonrisa, una mirada, palabras amables por ejemplo, que solamente me confunden.»

¿De verdad era necesario esto?