18.3.13

Diario. (2)

Cuando alguien lea esto ya estaré cruzando el charco, empotrado en el asiento de un Boeing 767-300. 160000 kilos de chatarra sostenidas sobre el Atlántico. Solo llevo una cartera con dinero de plástico, los billetes para los vuelos de las dos próximas semanas y un pase internacional para entrar en las salas en las que espera la gente importante, habitadas por ejecutivos y políticos con cara de urgencia.

Vuelo hacia el Aeropuerto Internacional John Fitzgerald Kennedy.

Podría ser un vuelo con turbulencias y viento de cola, pararse un motor, o que una bandada de pájaros atascara una de las hélices. Hay posibilidades infinitas de morir, pero las de no hacerlo suelen ser mayores. Una descompresión de la cabina que hiciera caer las mascarillas de oxígeno del techo. Precipitarnos sobre Manhattan o cualquier isla diseminada envueltos en fuego. 

Vuelo hacia el Aeropuerto Nacional Ronald Reagan.

Pero seguramente no ocurra ninguna desgracia inevitable y encadene un vuelo tras otro. Seguramente el viaje acabe donde empezó y tenga que volver a preocuparme del futuro. Los domingos siempre se acaban.

Vuelo hacia el Aeropuerto de Boston Logan.

Un hotel en reformas me resulta más atractivo que el Empire State. Si pudiera hacerlo no volvía.

Vuelo hacia el Aeropuerto Internacional de Niagara.

Bon voyage.

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